"Nuestro nido: donde el amor hace hogar"

Cuando supimos que íbamos a agrandar la familia, no pensamos en paredes decoradas ni en muebles de revista. Pensemos en abrazos. En charlas en voz baja mientras dormía sobre el pecho. En compartir con Agos la emoción de convertirse en hermana mayor. En anidar, literalmente.

No había habitación armada ni cuna soñada. Estábamos en pleno proyecto de casa, así que el verdadero refugio fue ese espacio que construimos entre los tres (bueno… ahora cuatro): el nido.

Nos dijeron muchas cosas. Que tenía hambre, que lo saque de la cama, que la mamadera, que esto o aquello. Opiniones que venían de todos lados y que a veces nos hacían dudar. Pero aprendimos a hacer silencio. A escucharnos a nosotros. A confiar en que lo que sentíamos era suficiente. Que lo que hacíamos, desde el amor, estaba bien.

Nos turnábamos para dormir cuando se podía. Nos acompañamos en el cansancio. Papá fue el que más anidó, no lo soltaba ni un segundo. Y mamá aprendió a no exigirse tanto. A bajar la culpa. A permitirse disfrutar.

Y ahí estuvo Nido. No en los objetos (aunque sus productos nos hacen la vida más fácil), sino en su mensaje. En ese acompañamiento que no juzga, que no impone. Que educa, inspira y nos recuerda que no estamos solos.

La crianza de igual a igual no solo fue una decisión: fue un alivio. Ver a papá paternar con amor y paciencia, compartir cada noche, cada logro, cada berrinche... fue confirmar que el amor no se divide, se multiplica.

 

Soñamos con que nuestros hijos crezcan libres. Que puedan imaginar, crear, ser felices. Que no les importen los moldes ni los mandatos. Que sepa que el hogar no es un lugar, es un nido. Y ese nido se construye con respeto, empatía y presencia.